FE RESUELTA
Nº 80 Mayo 2011 fe.resuelta@gmail.com Patria- Estado – Destino
Director: Hugo Carreño Aránguiz http://feresueltachile.blogspot.com/ Fundada en Octubre del 2004
¿INTEGRACIÓN O REPRESIÓN SINDICAL?
El sindicalismo proclamado por el nacionalismo rechaza el sindicalismo de clases sustentado por anarquistas y comunistas.
Su planteo doctrinal es reconocer a los sindicatos como organismos sociales dotados de la soberanía que le es propia como cuerpo social de la nación. El Movimiento Nacional Sindicalista proyectó su sindicalismo al mundo del trabajo desde mediados de los años cincuenta. Sus impulsores más destacados fueron Federico Mujica, Pedro Zurita, Iván Katalinich, Delfín Alcaide Wetson, Mario Urzúa y Olegario Segundo Vásquez Castro. En los años setenta y principios de los ochenta este sindicalismo fue aplicado desde la Secretaría Nacional de los Gremios y desde la Escuela Sindical de Chile. Es un sindicalismo crítico del sindicato de clases y de partido que predominaba en la Central Única de Trabajadores en los tiempos de la Unidad Popular. Los partidos, con participación en lo sindical, fueron, aparte de socialistas, comunistas y anarquistas, la democracia cristiana y las fuerzas socialdemócratas del radicalismo. El sindicalismo nacionalista surgió de la consideración social por la justicia y el bienestar de los trabajadores, cuestión que coincidió en el tiempo con el catolicismo social y político de los años treinta, lo que le dio consistencia y grados de representación social. El sindicato como fuerza moral de los trabajadores anidó en fuerzas nacionalistas que encontraron en los sindicatos el poder necesario para hacer realidad la justicia y el bien común. Las agrupaciones nacionalistas y católicas conocieron las dificultades que impedían lograr la justicia y el bien común. Para ellos fue importante crear un camino para el desarrollo sindical que abriera espacios a la participación social de los trabajadores en la economía nacional. La realidad mostró la influencia de los dueños del dinero, en la fijación de precios y salarios. Entonces fue notoria la identidad de propósitos entre el liberalismo político y su régimen económico. Las normas de la convivencia no concedían valor al aporte de los trabajadores, para financiar la vida nacional. El Movimiento Nacional Socialista se proyectó al mundo del trabajo. También lo hizo posteriormente el Movimiento Nacional Sindicalista. Su fuerza espiritual provenía de los maestros del sindicalismo: George Sorel y Ramiro Ledesma. Sorel reconoció el carácter revolucionario del sindicalismo, por ser portador de valores morales. Los liberales, afirmaba, carecen de estos valores. “lo sublime ha muerto en la burguesía y ésta está condenada a no tener moral” afirmó el ingeniero Sorel en sus Reflexiones Sobre la Violencia. El licenciado Ledesma impulsó un nacionalismo del trabajo capaz de articular una forma económica, social, participativa y justa. El sindicalismo nacionalista chileno heredó los esfuerzos del social sindicalismo de Clotario Blest y del corporativismo popular de Oscar Álvarez que escribió en 1936 Historia del Desarrollo Industrial en Chile. Durante el segundo mandato presidencial del general Carlos Ibáñez del Campo los nacionalistas pudieron realizar parte de sus proyectos sociales. De allí surgió la Central Única de Trabajadores de Clotario Blest y la capacitación de los dirigentes sindicales a través de un organismo de carácter social, con la función específica de formar y capacitar a los trabajadores chilenos, donde tuvo importante participación Mercedes Ezquerra. En aquellos tiempos los trabajadores estaban organizados. El nacionalismo tenía una proyección a los sindicatos. El comunismo estaba fuera de la ley. Los nacionalistas tenían fuerza y representación social. El social cristianismo abrió espacios a sectores cuyos militantes pertenecían a la Iglesia Católica. El social cristianismo tenía una vertiente democrática y otra nacionalista. Eran los tiempos de falange, del social sindicalismo, del corporativismo popular y del nacional sindicalismo chileno. De allí nació la Acción Sindical Chilena, ASICH, y el Frente Nacional de Cesantía, FNC, que más adelante se transformaron en el Frente Laboral de Chile, FLC. Bajo el régimen militar, 1973-1990, se rearticuló, con mayor fuerza, el nacional sindicalismo y definió un ámbito de acción que le permitió formar a las nuevas generaciones dirigentes de gremios y sindicatos. Ya no se trata de privilegiar ni a los sindicatos de clases ni a los sindicatos de partido. Se trata de superar al comunismo y al anarquismo, por no estar al servicio de los trabajadores. También se trata de superar al liberalismo político y económico que sólo sirve a los dueños del dinero, en desmedro de los trabajadores. La participación social estuvo definida a través del Consejo Nacional del Trabajo (1981) y a través de las empresas. La participación social plena estuvo doctrinalmente establecida en las estructuras del estado, manteniendo la libertad y la autonomía de los gremios y sindicatos. Las fuerzas neoliberales del gobierno militar aceptaron la presencia de los sindicatos que rechazaron el populismo socialista de la Unidad Popular y su gobierno. Fueron los dirigentes del llamado Poder Gremial conformado, entre otros, por la Confederación de Empleados Particulares de Federico Mujica, la Confederación de Trabajadores del Cobre de Bernardino Castillo y Guillermo Medina, la ANEF de Tucapel Jiménez, los Colegios Profesionales, gremios empresariales, Comercio Detallista, asociaciones de trabajadores del estado, trabajadores municipales, trabajadores del sector privado, la CUPROCH de Julio Bazán, Confederación Única de Profesionales de Chile, el Frente de Profesionales de Valentín Robles, la Confederación Única de Trabajadores de León Vilarín y el Comando de Trabajadores de la ENAP. También estaban los gremios y sindicatos del sector transporte de carga y de pasajeros, y los trabajadores de empresas marítimas de Eduardo Ríos. Estos sindicatos y gremios fueron desplazados gradualmente al interior del gobierno, hasta la pérdida casi total de su influencia. Luego los neoliberales de Jaime Guzmán y Sergio Fernández tuvieron que enfrentar a nuevos sectores sindicales liberados del marxismo y de los partidos políticos. Al principio dudaron atacarlos, pero el desplazamiento de los “gremialistas”, en diversas estructuras de poder al interior del régimen, les obligó a hacerlo. Los dirigentes sindicales del llamado Poder Gremial rechazaban el sindicalismo de clases y partidos. “La CUT, Central Única de Trabajadores, representaba el símbolo del sindicalismo politizado, excluyente y no representativo”, afirmaba Eduardo Ríos, que hizo causa común con Federico Mujica, Tucapel Jiménez, Hernol Flores, Martín Bustos y otros dirigentes. La situación política llevó a una actitud reflexiva, donde el problema del comunismo fue un elemento de análisis de primera importancia en la situación nacional y en el ámbito de la convivencia internacional, donde la llamada Guerra Fría se hacía parte del equilibrio que debía primar en las relaciones entre estados. Por eso se planteaba entre los sectores democráticos la lucha contra el comunismo que fue liderado por los partidos Demócrata Cristiano, Nacional y Radical. El Nacionalismo Organizado hizo lo propio. Sin embargo, nos dice el profesor Rolando Vallejos, en su estudio sobre la política sindical del régimen militar publicado en la Revista Estudios 43 correspondiente a julio-diciembre del 2010, “los dirigentes que apoyaron el cambio de gobierno, no estaban dispuestos a dejar de lado la defensa corporativa de sus asociados ni las aspiraciones reivindicativas del gremio”. Para lograr estos objetivos predicaban la participación social con representatividad de las fuerzas laborales. En ello tuvieron fuerte influencia los sindicatos y gremios del Poder Gremial y los nuevos dirigentes surgidos de la Escuela Sindical y de la Secretaría Nacional de los Gremios de Misael Galleguillos. Destacan en ello Martín Bustos, Pedro Briceño, Bernardino Castillo y Guillermo Medina, que estuvieron vinculados al Ministerio del Trabajo desde el 11 de septiembre de 1973, sobre todo con los Ministros Mario Mackay y Nicanor Díaz Estrada. Este último propuso un movimiento sindical con sindicatos fuertes, con participación en las decisiones del gobierno. También propuso el Estatuto Social de la Empresa, ESE, y la creación de una Central Nacional de Trabajadores que no prosperó. El general Mackay expresaba que “la misión patriótica de los dirigentes será representar realmente los intereses de los trabajadores, al margen de las ideologías políticas”.
En la etapa fundacional del régimen se intentó institucionalizar un sindicalismo corporativo despolitizado, funcional a la búsqueda de respaldo popular proyectado al futuro. Desde entonces se hicieron presentes los conceptos de participación y despolitización.
Para el profesor Álvarez “el ESE, creado el 1ª de Mayo de 1975, era apenas un sistema de participación en la información y en algunos niveles de funcionamiento de las empresas”. Sin embargo su propuesta consideraba la negociación colectiva y el derecho a huelga, asuntos que fueron retomados por la SNG que inició en 1977 una etapa de formación de nuevos dirigentes que fueran capaces de asumir nuevos liderazgos, para alcanzar la participación gremial y sindical en las empresas y en la estructura del estado que se estaba creando, con la fuerza que impera en las etapas más dinámicas del poder constituyente, para forjar una forma de estado. Debemos recordar que entonces se asumió el poder, con el objetivo de darse una nueva institucionalidad, para superar la crisis del orden democrático liberal que primaba en la convivencia. La crisis en todo el orden institucional provocó la ingobernabilidad necesaria, para imponer el populismo socialista, al estilo cubano, que pretendía la Unidad Popular y el gobierno del Presidente Salvador Allende. La lucha contra el comunismo tenía como principal motivación crear un sistema de participación restringido, pero capaz de lograr gobernabilidad y grados aceptables de justicia social. Estos supuestos se daban en plenitud en la teoría política y social del nacional sindicalismo chileno que consideraba al sindicato como cuerpo social y a la participación como único camino para lograr la debida representación del pueblo en la estructura del poder político del estado. La SNG abrió espacios de participación a través de la propia Secretaría organizando reuniones de los sindicatos con el Jefe del Estado, los Ministros y con las Autoridades Regionales. Después del plebiscito de la Constitución de 1980 propuso la creación del Consejo Nacional del Trabajo, CNT. Este Consejo estaba formado por trabajadores, empresarios y gobierno, presidido por el Ministro del Trabajo. El Presidente Augusto Pinochet aprobó la propuesta y se dio inicio a su funcionamiento eligiendo a los miembros del CNT. Su puesta en marcha se daría conocer a los dirigentes sindicales y empresariales a fines de 1981 en una reunión oficial citada para tal efecto. Pero el ministro del Trabajo Miguel Kast logró postergarlo, en razón de una crisis económica que afectaría al país.
El dilema planteado por Rolando Álvarez Vallejos, profesor de la Universidad de Chile y de la USACH, “Represión o Integración” se puede proyectar, con fundamento, a la dicotomía entre los personeros del Ministerio del Trabajo y la Secretaría Nacional de los Gremios que impulsó la integración de los sindicatos y gremios a la participación institucional de los trabajadores en la creación y aplicación de políticas del ámbito laboral y económico. Entre los dirigentes que estaban vinculados a la SNG destacan, entre otros, René Sottolichio, Juan Vergara, Jorge Salinas, Guillermo Gacitúa, Rogelio Molina, Lamberto Pérez, Sergio Carrillo, Napoleón Canales, Pedro Guzmán, Valericio Orrego, José Ayala, Alfredo Valdivia, Rafael Rosales, Jaime Saura, Juan Sanhueza, Elecier Parada, Juan Castro, Aura González, José Cavalieri, Luís Sánchez, Armando Aguirre, Erick Allen, Norma Valenzuela, Julio Figueroa, Ricardo Lillo, Raúl Orrego, , Luís Lillo, Saturnina Matus, Ramón Cid, Ema Brito, Juan Chacón, Rosa Flores, Mónica Peack, Marina Muñoz, Alejandro Astorga, Héctor Alfaro, José Bodelón y Pedro Briones. De la SNG y de la Escuela Sindical se debe considerar a Misael Galleguillos, Fernando Muñoz, Pedro Zurita, Germán Cuevas, Carlos Hernández, Eduardo Sánchez, Oscar Burgos, Patricia Arancibia, Ramón Callís, Jaime Tramón, Ariel Peralta, Genaro Sepúlveda, Pedro San Martín, Mario Urzúa, Jaime Sepúlveda, María Teresa Mardonez, Gerardo Vidal, Nancy Sepúlveda, Ricardo Contreras, César Hernández, Luís Leiva, César Pinilla, Arturo Storaker, Alfredo Ferrada, Beltrán Aguirre, y Manuel Hernández.
LIDERES
Para desarrollar nuestro proyecto político debemos formar nacionalistas con capacidad de mando, lo cual exige plantear a nuestros militantes y seguidores que estudien y hagan propios los desafíos del liderazgo. Nuestro idioma nos señala en la Real Academia que el líder es una persona a la que un grupo sigue, reconociéndole como jefe, por su superioridad ética. Los líderes son personas que tienden a ser guías y voceros de sus pares, poseen un carisma, cierta estabilidad emocional. Se caracterizan por poseer cualidades, entre las cuales debemos señalar habilidad para comunicarse, ser íntegros, motivadores, creativos, originales, inspiradores, comprometidos, responsables, emprendedores y agentes de cambios, es decir, buscan la superación permanente de nuestros planteamientos y propuestas, manteniendo los principios y valores contenidos en nuestro estilo y doctrina.
La profesora Patricia Escobar Undurraga, Directora de Psicopedagogía de la Universidad Andrés Bello, señala que ser líder implica una gran responsabilidad, ya que sus actos servirán como modelo para otros. Lo importante es saber equilibrar y conducir esas cualidades, pues a veces esas virtudes o competencias de liderazgo se pueden convertir en comportamientos negativos llevándolos a ser egocéntricos, egoístas, autoritarios y abusadores, con sus pares. Los aspirantes a líderes deben adoptar una actitud y una conducta ejemplar que debe irradiar lealtad, respetabilidad, cultura y empatía. Los mandos y militantes deben potencial las cualidades que ellos poseen, desarrollando nuevos líderes, con espacios adecuados de participación que les permita enfrentar, con libertad y autonomía, los desafíos que la sociedad les imponga como requerimiento para su realización personal y social.
Es importante tener conciencia del carácter generacional de nuestra militancia, lo que exige a los nuevos miembros de nuestra comunidad conocer y valorar la historia y trayectoria de nuestro accionar como movimiento político y social al servicio de la nación y de su pueblo. Sin embargo no podemos ignorar la condición humana. Ya lo dijo San Pablo cuando expresó “no he hecho todo lo que quiero, pero he hecho todo lo que no quiero”. Para nosotros siempre es necesaria la superación, la reparación y la voluntad, lo que nos hace ser cada vez mejores personas, con la finalidad de servir como corresponde nuestra vocación de servicio y sacrificio. La mejor forma de cumplir con nuestra misión es unir nuestro destino personal al destino de la patria.
sábado, 30 de abril de 2011
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